Andrés Gil
Podemos presumir en Reznos de tener una torre, esbelta como pocas en nuestro entorno castellano. En ella, durante muchos años se conservó su Reloj Mecánico
Ya son pocos los que lo vieron en funcionamiento y escucharon sus toques de campana marcando la vida del pueblo. Cuentan que un día de viento, allá por los años 60 del pasado siglo, se desprendió la esfera del pequeño “rosetón” que lo había albergado, y desde entonces la torre se quedó sin el marcador de las horas.
Siguiendo la costumbre propia de la cultura rural, la chapa de la esfera fue reutilizada por el herrero del pueblo para fabricar badiles con los que recoger las cenizas, amontonar las ascuas de los hogares o componer el brasero.
El mecanismo ha permanecido, y recuerdo haber visto las dos pesas, que regulaban su funcionamiento suspendidas con cuerdas a la entrada de la torre, como también recuerdo la caja del reloj cubierta de palomina, con sus engranajes de metal y el cilindro de madera en un lateral, todo ello incrustado en una caja a media altura de las escaleras en la subida al campanario. Los intrépidos y curiosos chavales entrábamos y nos movíamos como ratas entre sus engranajes .
El reloj iba conectado con un cable al mazo, también mecánico, de una de las campanas, que con sus toques marcaba la vida del pueblo.
El origen de los relojes mecánicos no es anterior a 1300. Alfonso X publica en 1276, la mayor compilación del conocimiento de la época en los Libros del Saber de Astronomía. Entre los instrumentos más avanzados para medir el tiempo, no menciona este tipo de reloj, pero en 1325 ya estaba extendido por los campanarios de toda Europa.
El reloj mecánico se asoció por su complejidad al símbolo de la sabiduría (S. XV)